El miércoles es un buen día para emborracharse. Es cuando más frecuentemente lo hago. Así comencé a pensar en los días. Un jueves morí en Cromañón. Era martes cuando un hermano que nunca abracé se aferró al cordón que lo unía a su madre. Sólo se conoció de él un ínfimo cadáver. La mañana de un viernes nublado una niña que amé se extinguió para siempre —desde entonces las nubes son más habituales—. Hace tiempo vivo una insoportable quietud. Todo empezó un lunes en la pampa de Nazca. Ese día salió el sol al mismo tiempo que desapareció la luna. Sábado y domingo son los mejores de la semana: el primero volví a la vida en un hospital y el segundo nació un hermano con más suerte que el anterior. El fin de semana me ha brindado buen trato. El miércoles aún permanece neutral.