Elogio de la quietud

Ya no se sabe contra quién se lucha. La máxima es siempre igual: explotación del hombre por el hombre. Lo paradojal ocurre en que opresor y oprimido conviven hoy en su mismo cuerpo. Uno que se exige trabajar más y mejor, disfrutar más intensamente, meditar en concentración plena, penetrar a más mujeres —o a la misma durante más tiempo—, ganar en el fútbol cinco y si es posible tirando caños. No tiene descanso. No es libre siquiera para dormir: si no logra hacerlo como debería —según el criterio y las disposiciones de un yo opresor— toma clonazepam para no ser importunado por el insomnio o por las heréticas imágenes del inconsciente. Ese hombre es esclavo aún sin amos, es servil sin ningún patrón. No es sumiso por debilidad, es negador por enamoramiento. Es un yóico explotado por su propia exigencia que lo desconoce —aún cuando ésta habite en una vaga e histérica quietud—. «Quien tenga oídos para oír que oiga», dijo Jesús. Dejar de hacer es una táctica guerrillera. Arrancar el pensamiento opresivo de la praxis es una estrategia revolucionaria.

Reflexión a partir del texto «Exhaustos-y-corriendo-y-dopados» de la escritora brasileña Eliane Brum publicada en El País, y del libro «Cultura Represora y Análisis del Superyo», del psiquiatra y psicoanalista Alfredo Grande.

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