Honorio al ochocientos

Hace exactamente once años, alrededor del mediodía, estaba sentado frente a la computadora escuchando con auriculares el disco Kamikaze, y estudiando el significado del ojo de Horus que quería tatuarme esa tarde, antes de la fiesta que organizaban en el taller. Era viernes y había poco trabajo. Diego, mi jefe, me tocó el hombro y señaló el teléfono. Me saqué los auriculares y atendí. Era Pablo, el recepcionista, para avisarme que me mi papá estaba abajo.

—¿Mi viejo? —le pregunté.

—Sí, Maurito. ¿Bajás?

Mi papá nunca me iba a buscar al trabajo, y menos al mediodía. Mientras bajaba la escalera le noté un semblante que recordaba sin saber desde cuándo. Nos dimos un beso rápido en la mejilla.

—¿Qué hacés, pa? ¿Todo bien?

—No sé —dijo—. La casa de Sole es en Honorio Pueyrredón al ochocientos, ¿no? —preguntó con tono seco—.

—Sí —le contesté—, ¿por?

—Pasó algo en un edificio de esa cuadra. Lo vio la abuela en las noticias.

—¿Qué pasó? —le pregunté, sin darle mucha importancia—. Vamos a la cocina que hay una tele.

Cuando llegamos prendí ese mueble de tubo que ocupaba media pared. Estaba sintonizado canal trece, que pasaba El Zorro. Cambié a TN. La cámara enfocaba la fachada exterior del edificio —su edificio—, y charcos de sangre en el palier.

—¿Esa es la casa de Sole? —preguntó mi papá.

Asentí con la cabeza. No recuerdo qué decía el graph, pero los periodistas informaban que, en un confuso episodio, una joven había muerto en su departamento y un hombre había sido detenido con heridas en la entrada del edificio. No tenían más información.

Saqué del bolsillo mi Sony Ericsson W200 con el que le había hablado el día anterior y la llamé. Mientras daba tono, le dije a mi papá que conocía a una chica que también vivía ahí y que sería terrible que le haya pasado algo. El teléfono seguía dando tono. Corté y volví a llamar. Tono, otra vez. Interminable e ininterrumpido tono.

—No me va a atender, seguro está hablando con la familia o con las amigas, que estarán preocupadas por esto —le dije.

Mi papá me miraba con una firmeza compañera y extraña. El semblante lacónico, conocido, ¿de dónde lo recordaba?

Cambié de canal. Crónica, C5N, todos estaban con lo mismo, pero nadie tenía más información. Volví a TN y seguí llamando.

Los movileros lograron una declaración del comisario de la 13 que confirmó que el cuerpo era el de una joven que vivía en el sexto piso y que, de acuerdo a los primeros análisis médicos, el hombre herido, también vecino del edificio, se había autoinflingido las lesiones y había quedado detenido. Consideraban un homicidio.

Escuché “sexto piso” con el oído derecho, porque con el izquierdo seguía escuchando el tono que nadie atendía en el teléfono de Sole.

—¿Me llevás?

—Vamos —me contestó mi papá sin dudar un segundo.

Subí a buscar mis cosas con la mirada perdida; creo que miraba hacia adentro, sin ver.

—¿Qué pasó, Dinho? —me preguntó Diego.

—Me voy, mataron a Sole.

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