Convencido

Hace unos días publiqué un artículo en mi blog, Perorata, con datos sobre la inconveniencia de las cárceles como medio de castigo o readaptación social. Sabía que al compartirlo en redes sociales iba a ser recibido en forma controversial. Una persona consideró ese análisis como una defensa de un tipo específico de delincuentes, los sexuales, a pesar de que no había tratado el tema. Preguntó —a mí y a quienes comentaban la nota— para qué queríamos parecer más papistas que el papa, tan progres, tan revolucionarios franceses. Para  qué gastábamos tiempo en reflexiones sobre gente de mierda que no vale nada. Es un triste recorte hablar de ella y no de los hombres y mujeres que aportaron ideas, experiencia o humor a la situación. Sin embargo, esta persona me interpeló con una pregunta clave: ¿para qué? Lo cierto es que no lo sé. ¿Por qué no miro una película, tomo un bourbon o leo alguna novela en vez de perder tiempo investigando por nada? ¿Por qué no me callo?

Esa misma noche escuché una nota a Gabriel Rolón en la que decía que la forma de estar alejado de la muerte es mantenerse deseante. No me resulta fácil el deseo. Aunque intente disfrutar, aunque niegue, aunque me quede en la inacción, no puedo evitar hacerme una serie interminable de preguntas. ¿Por qué el muchacho que hoy durmió tapado con diario en el boulevard de Avenida Los Incas y Estomba no soy yo? ¿Por qué a mí no me duele el bolsillo con el aumento de los servicios básicos como la luz y el gas? ¿Por qué podría hacer que no pasa nada a mi alrededor y mi vida seguiría su rumbo como si, efectivamente, nada pasase fuera de mí? ¿Por qué esa suerte? Es entonces cuando aparece una chispa del deseo que menciona Rolón. Ese paso mínimo en sentido contrario a la muerte que busca responderse algunas preguntas. No resolverlas, no jugar a Dios. Preguntar e intentar responder. Porque cuando se acaben las ganas de saber, cuando esté demasiado convencido, seguramente habré muerto mucho antes.

mafalda_pregunta