Inmediatamente después de que unos quinientos mil pañuelos blancos se alzaran desde la Plaza de Mayo hasta el Congreso y el Obelisco, llegó el turno del pogo más grande del mundo. No fue esta vez por un tema del Indio Solari; al parecer un grupo de ancianas lo bajó del podio al son de “el que no salta es militar”. Y el pueblo que ocupó el centro mismo de Buenos Aires se encargó del resto. Seguramente las agujas de los sismógrafos se hayan movido a eso de las 19:30, cuando la manifestación contra el beneficio del dos por uno otorgado por la Corte Suprema de Justicia al genocida Luis Muiña llegaba a su pico más alto. Fue un trabajo corporal conjunto, un movimiento de masas en su expresión más gráfica y sincera. ¿Qué nos propone en realidad ese “hay que saltar”? ¿A qué nos convoca? Tal vez llame a un sentido de comunidad, desplegando una consigna que nos iguala. Quizás nos invite a salir del lugar propio y cómodo, a que nos pique el dolor ajeno, la injusticia de hoy y la de hace cuarenta años. Nos convoca a sentirnos, y a manifestarnos, vivos. Así un canto que parecía gastado, reservado para algunos pocos conciertos de rock, copó la plaza cuando más necesitaba ser escuchado. Porque aunque sea sin ganas, con miedo, o incluso para salir más rápido de la congestión, en el salto que se invoca —y durante su desarrollo, precisamente— nace una sonrisa. El cuerpo vibra y lo hace en libertad, toma por asalto el gobierno de la mente y lo masifica. Descansa en que otro se moverá con uno y uno, lo hará con el otro. Nos funde en confianza. Medio millón de personas saltando pueden mover los cimientos de la justicia. Porque aunque algunos hablen tras leer encuestas y otros voten contra lo que sus políticas promueven y habilitan, el encuentro del pueblo en su lugar, el producto del contacto y del movimiento, son el único pulso que lleva sangre al corazón de un país golpeado por el retroceso de su conciencia.
El pogo más grande del mundo
11 Jueves May 2017
Posted Deshechos de pena
in
Anuncios