Sumisión

La última novela de Michel Houellebecq transcurre sobre un cable tensado entre la sumisión de la mujer al hombre y del hombre a Dios. Dibuja una sociedad subordinada, regresiva, que es por no haber sabido ser. No cae en la distopía, aunque la roza con verdad. Leer sobre una Francia imaginada en 2022, en pleno período electoral, es electrizante. El Frente Nacional de Le Pen hizo una fantástica elección. Sus oponentes —sin el aún ficticio candidato islamista Ben Abbes— conforman un frente republicano para detener el avance de un fascismo que ya encontró un discurso que hace mella en todo el planeta. El frente republicano se alinea ahora, en la realidad de 2017, detrás de un liberalismo edulcorado que encabeza Emmanuel Macron. Diría Borges que los une el espanto. Y hacia algún lugar cuya única certeza es su alineación a la derecha, Francia se mueve a tono con las palabras de Houellebecq. Resta ver si la Unión Europea se resquebraja o si muta a un bloque más amplio y democrático donde los países demográficamente más poblados del sur de Europa tomen un rol preponderante en el nuevo mundo del siglo XXI. Y si se amplifican y enraízan las palabras del Ayatolá Jomeini: «si el islam no es político, no es nada».

El autor de Sumisión (2015) sitúa su mirada en la de François —profesor de la Sorbona y experto en la obra del escritor francés Joris-Karl Huysmans—, que no se mata por no encontrar aún razones suficientes. Al borde de una guerra civil, le dice a su compañera judía de veintitantos —que emigra con sus padres buscando seguridad a un país en guerra, pero suyo— que él no tiene Israel al cuál huir. No hay tierra ni fe para un laico racionalista que vive el sexo como una de las pocas expresiones de la vida que no le causan dolor. De relación ausente con sus padres y de amores superficiales, erógenos, no está aún resignado. Llega a un borde. Exagera con la prostitución. Encuentra algo en un menage a trois que, con la velocidad del orgasmo, se esfuma. Sueña con la compañía de una mujer hogareña que ya no existe. Se distancia con perplejidad del exotismo de Huysmans que halló en Dios la razón para culminar sus días. Sufre, quizás, el miedo a la libertad del que habla Erich Fromm. No importa dónde o cuándo la abraza, si es que lo hace. ¿Qué justifica una vida? Mira su país con resignación. Vive sólo porque vive y morirá, tal vez y solamente, porque morirá.

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