Me enteré el sábado. Estaba en un pueblo cerca de Arrecifes cuando alguien lo comentó en la ronda de mate. ¿Vamos a la marcha del primero?, preguntaron al dueño de casa que evitó contestar. Noté todo tan claro que no me animé a indagar. No sabía de qué estaban hablando. La conversación siguió y pude escuchar las palabras que titulan este relato. Miré a Medevais y le susurré con sorna que creía haber estado allí, pero el veinticuatro de marzo y en una plaza repleta. Son inmensos los significantes. Lo abarcan todo.
Ese día hubo, al menos, dos movilizaciones. Una marea roja y otra celeste y blanca. La de colores nacionales fue la primera y la encabezaron los organismos de Derechos Humanos, acompañados por fuerzas vinculadas al frente que gobernó el país durante los últimos doce años. No me quedé a la de la izquierda, que vino después. Más allá de mi acuerdo tácito con ellos en el inconformismo con ambos gobiernos —el de Cristina y el de Mauricio— , quería acompañar a familias y víctimas del terrorismo de Estado, más allá de quién los rodease. Ahí, creo, radica el respeto a la diversidad y la tolerancia en ese aspecto.
Ahí estuve como suelto. Con amigos y Medevais. Con tibieza, sólo me arrimé a conversar con el capítulo local de Podemos, hoy tercera fuerza en España surgida de las asambleas populares de mayo de 2011 caracterizadas entonces bajo el nombre de indignados. La filial argentina coordina con el partido, por ejemplo, una reunión que se llevaría a cabo en Madrid ese mismo día. Internacionalizan la lucha y la memoria. De algún modo, ellos también están al margen. Los militantes de La Cámpora, Unidos y Organizados, y otros grupos fuertemente vinculados al gobierno de Cristina Kirchner prometían volver y acusaban a Macri de ser la dictadura. Denunciaban un plan económico de miseria planificada —como hizo hace cuarenta años Rodolfo Walsh en su carta abierta— similar al llevado adelante por la Junta Militar. Veinte chicos realizaban una performance sobre una tarima. Simulaban ser ahorcados por globos amarillos inflados con helio, mientras sostenían carteles representando la industria, la ciencia, la educación pública.
Una amiga me dijo que preferiría ver menos politización —creo que se refería a la partidización—. En un punto la comprendí, pero ¿bajo qué bandera movilizarse en un país que reclama memoria, verdad y justicia, al mismo tiempo que, institucionalmente, no realiza acto alguno para reivindicar la lucha contra el terrorismo de Estado? El presidente no es un partido político, es el líder de una nación. Y no sólo no convocó a un acto oficial, sino que viajó a los Países Bajos —coincidentemente, uno de los países que más apoyaron la lucha de las Madres de Plaza de Mayo y denunciaron a la dictadura— para cerrar acuerdos comerciales desde el Palacio Real. Miembros electos del partido gobernante difundieron fotografías en ámbito legislativo —lejos de la gente— sosteniendo carteles que pedían nunca más negociar con los derechos humanos. La calle, en este caso, no propuso la partidización de la memoria. Respondió con consciencia cívica y denunció el vacío que los representantes del Estado dejan en la materia, cuando no lo llenan de calumnias y negacionismo.
Ese, creo yo, fue un encuentro por la democracia. Se denunció al poder como cientos de veces se hizo en los últimos doce años, reivindicando el derecho a la protesta y el escrutinio de las autoridades. Se enfatizó —como si a cuarenta y un años aún hiciera falta— un número de desaparecidos que no debería ser materia de debate cuando quedan tantos genocidas sueltos y sin condena. Se visibilizó el conflicto del sector cultural y artístico movilizado contra el vaciamiento. Hubo también calumnias al jefe de Estado, llamándolo gato. Similar al yegua que se empleaba contra la expresidenta. Alguno de los cientos de miles se hizo el gracioso y armó un helicóptero de cartón, recordando la caída en 2001 del gobierno de De La Rúa. No vi mucho más.
Es llamativa la convocatoria a defender una democracia que no está en riesgo. Si de algún modo lo estuviera, pondría el ojo en aquellos que pretenden gobernar por decreto, saludar a gobiernos de facto como el que asumió en Brasil tras un Frankenstein judicial, transferir recursos escandalosamente de los que menos tienen a los que más, minimizar la época más nefasta de la historia reciente argentina o encarcelar a los disidentes sin motivo a pesar de los reclamos de la comunidad internacional. Yo marché por la democracia. El veinticuatro. En una plaza llena de gente.