Un cuerpo yace sin vida. Aunque es inerte, ejerce una fuerza gravitatoria que reorganiza por completo su alrededor. Y a pesar de que todo siga su curso, las riberas ya no serán las mismas. Su entorno se dispersa y reagrupa en formas inverosímiles; no lo hace ahora por parentesco o por amistad, sino por ánimo. Por necesidad. Se abrazan los más abatidos mientras algún nostálgico evoca en silencio. Un grupo sensible camufla su condición bebiendo cerveza y contando historias. Una joven toma dos sándwiches de la cocina y vuelve a sentarse junto a la mujer que estará con ella durante toda la noche. Otros hablan de fútbol cuando alguien que acaba de llegar improvisa un fingido «lo siento» que escuchó una vez en televisión. Nadie puede dejar de presentificar la reciente ausencia. Mil y un modos hay de vivir la muerte. La proeza será entonces lograr no matar la vida.