
Existe la idea de ser mente o ideología, antes que cuerpo constituyente. Se cree estar atrapado en la corporalidad, cuando —en todo caso, y asumiendo que exista algo realmente cautivo— somos el propio opresor. El cuerpo como sujeto que goza, necesita o se estremece, está oscurecido por las ventanas que, como rejas, oprimen su condición viviente. Él es prisionero de la mente, no a la inversa. Sólo se lo tolera cuando es presentado como cosa, como objeto. Así cobra valor y sentido en una era regida por el mandato de adoración al símbolo. Lo aceptado es inverso a la singularidad de un cuerpo que es y vive, que suda y menstrúa. Que se tiesa y muere mientras las ventanas sigan cerradas.